miércoles, 4 de febrero de 2009

Este poema lo escribí hace años, cuando todavía no tenía a quien dedicárselo. Anhelaba poder poner cara a esa persona. Aún hoy, pese haber amado a alguien y deseado con todas mis fuerzas que me correspondiese, sigo buscando. Porque soy una persona que necesita amar para sentirse viva.


Sobre tu mano reposa
mi fuente de caricias.
Bajo mis dedos retozan
mis ansias de consuelo.

Sobre tu hombro mojado
se secan mis ojos,
y en tus cálidos brazos
perdí ayer mi frío.

Sin tu alma y tu pecho
yo no siento mi vida.
Y, si pierdo tu cuerpo,
llévame, pena mía.

En verdad no soy yo,
soy tu marioneta:
cuando estás, soy bella;
si te vas, marchito.

No es el sol, son tus ojos.
Ni siquiera la luna
es ya lo que fuere
cuando estás tú.

Háblame de mí, amor,
Tú me conoces.
Al verte dejé de ser yo
para amarte.



¿Monotonía?

¿Monotonía? La vida no es otra cosa que el paso del tiempo. Muchas veces, la razón o fundamento de ésta no está demasiado clara, pero aún así, hay que vivirla. Es algo que me he preguntado desde pequeña, el porqué de la vida. Y aún hoy no he hallado respuesta alguna. Nacemos para luego morir, ¿qué sentido puede tener estar luchando continuamente y pasando penurias para, una vez recogidos los frutos, desaparecer? Si eso tiene sentido, cualquier cosa puede tenerlo. La vida no es otra cosa que una larga melodía y de nosotros depende que no sea monótona. Somos nosotros los que tenemos la batuta y podemos marcar los altos y graves, las pausas… Por tanto, quejarse no es la solución. Hay que tratar de componer (y nunca mejor dicho) la canción de nuestra vida.