martes, 17 de junio de 2008

No encontraré en esta vida
ni en otras mil que viviere
a mi princesa amarilla
que se marchó para siempre.

Inspiraré este amor tan vivo,
esconderé este amor tan fuerte,
mataré a mi amor asesino
que lejos de amarla, la hiere.

Y, tal vez, cuando el tiempo crezca,
cuando nuestros pasos se acorten
y la nostalgia aparezca,
sepa entender que la amé,
la amo y amaré,
que por ella moriría
que mi vida ya no es vida
desde que supe que la hería.
Tal vez, algún día,
al ver un pájaro angostizado,
un gato negro constipado
o simplemente al ver el mar
junto al que un día nos sentamos
en lugar de dolor sienta en su ser
la necesidad de volverme a ver.
Hoy repudio mi egoísmo,
mi yo antes que ella,
mis deseos de tenerla.
Ya no apagaré más sus ojos,
no marchitaré su sonrisa,
dejaré volar al ave
que tanta libertad ansía.
Porque ya no soy la misma,
porque deseo su felicidad,
y porque tanto la amo
hoy la tengo que olvidar.